. . . espacios urbanos,
construcción de una RepúblicaFLOGAR Galiano y San Rafael 1958-1959 |
por: Ciro Bianchi Ross
En La Habana de mi
infancia, no era lo mismo comprar en la calle Galiano que hacerlo en la Calzada
de Monte. En las tiendas de Galiano compraban los de mayores posibilidades
económicas, reales o supuestas, y las de Monte quedaban para los de menos
recursos. En las primeras, la categoría de la zona estaba incluida en el precio
del producto y hasta los dependientes de esos establecimientos comerciales eran
distintos, con sus camisas de manga larga y la ineludible corbata, mientras que
en Monte era común verlos hacer su trabajo en camisa de manga corta, aunque en
una y otra calle las vendedoras vestían invariablemente de blanco, en verano, y
de negro en invierno. Hablo de dos zonas
comerciales bien caracterizadas y no las únicas que tuvo La Habana de ayer y
que en buena medida siguen siendo las de hoy. En la de Galiano, tiendas como El
Encanto, La Época, La Ópera, Fin de Siglo, La Casa Quintana, Flogar… En Monte,
Los Precios Fijos, La Isla, La Nueva Isla… en las que mi familia tenía sendas
libretas de crédito que le permitían comprar y pagar después. Monte, por
decirlo de alguna manera, era más popular; conservaba en 1958 el «sabroso
criollismo» que le vio Jorge Mañach en 1926. Acentuaban ese rasgo los muchos
kioscos que se emplazaban en las anchas aceras de frente a la Plaza de la
Fraternidad, en los que podía adquirirse desde un pollito teñido de violeta,
que por más que se le cuidara moría irremisiblemente a los dos días de
adquirido, hasta un cohete para viajar a la Luna… de juguete, por supuesto, o
ese artículo que se pasó por alto en el momento oportuno y que acababa
comprándose, de prisa y sin miramientos, en cualquier parte. Tiendas, salvo
excepciones, relativamente pequeñas, las de Monte, generalmente sin aire
acondicionado, pero con unos ventiladores de pie, enormes, siempre de color
oscuro, que se obstinaban en espantar el calor y hacer más agradable el
ambiente.
WOOLWORTH'S Ten Cent Galiano y San Rafael 1950's |
FIEBRE DEL SABADO EN LA NOCHE
El sábado era día de tiendas. Aprovechaba el día la
mujer trabajadora y también el ama de casa. No acudían a un solo
establecimiento, sino que recorrían todo un rosario de ellos a fin de sopesar
la oferta, comparar los precios y decidirse por lo que estimaban mejor. El
sábado, de tanto público en las tiendas de Monte no cabía un alfiler; tampoco
en las de Galiano. Las mujeres, sin formar cola ni preguntar quién era el
último, se pegaban al mostrador y la empleada las atendía, sin que hubiera
protesta, por un orden que establecía ella misma.
No todas compraban. Estaba
la que lo revolvía todo y se iba con las manos vacías y corría a la tienda de
al lado con la esperanza de un mejor precio. Y la que se probaba la ropa más
cara para decidirse al final por una blusita de apéame una. Era una clientela
marcadamente femenina la de las tiendas; el sábado o cualquier otro día de la
semana. La madre, no sin esfuerzo, conseguía arrastrar al hijo, que no cesaba
de refunfuñar hasta que le compraban lo que quería o, según las posibilidades,
lo que se le pareciera. Raramente a la excursión se sumaba el esposo. Pero
este, ya dentro del establecimiento, permanecía distante, ajeno a las vidrieras
y a los mostradores, más interesado en atisbar, con mayor o menor discreción, a
la esposa ajena que en seguir las peripecias de la propia.
Las tiendas abrían a las
ocho de la mañana y cerraban a las 12 para el almuerzo. Como no había comedores
obreros, cada empleado comía donde podía o se iba a su casa a hacerlo. Reabrían
a las dos de la tarde y cerraban a las seis. La noche anterior al Día de Reyes
tiendas y quincallas permanecían abiertas para no perderse al cliente de última
hora. Era un día fuerte en la recaudación, como lo eran además el Día de los
Padres y el de las Madres; el Día del Médico y el de los Enamorados;
celebraciones, algunas de ellas, como la de los Padres, instituidas en La
Habana por los mismos comerciantes, que sabían también rebajar los precios de
sus mercaderías cuando las circunstancias lo aconsejaban.
A esas rebajas se les
llamaba realizaciones y se acometían a plazos fijos en algunos
establecimientos. Julio, por ejemplo, era el mes de realización en El Encanto,
y La Época la hacía en agosto. Por eso se hablaba de «Don Julio» en El Encanto,
y se insistía en que el cliente podía hacer «su agosto» en La Época, mientras
que J. Vallés, en la calle San Rafael, se ufanaba de ser «la que más barato
vende» y Galiano y San Miguel, gracias a La Ópera, se identificaba como «la
esquina del ahorro»… simples slogans de campañas que, si bien beneficiaban al
cliente, permitían al tendero deshacerse de mucho de lo que parecía no tener
salida, vender un traje de baño en pleno invierno o una pieza de lana en lo más
crudo del verano. No faltaban los artículos que se expendían a 99 centavos o en
cantidades no redondas. Un centavo era entonces un centavo y el comprador
esperaba su vuelto junto al mostrador con una feliz sensación de ahorro, sin
contar que precios como esos ayudaban a una eficaz circulación de la moneda
nacional.
Aunque las tiendas, a
medida que avanzó el siglo XX, fueron haciéndose por departamentos, de manera
de procurar que el cliente encontrara en ellas casi todo lo que buscaba, las
había también especializadas. Si se trataba de loza y cristalería, lo mejor era
El Palacio de Cristal, en Neptuno y Campanario; lámparas, las de Quesada, en
Infanta y San Lázaro. Para muebles, Orbay y Cerrato, en Infanta y San Martín.
La Casa Quintana era ideal para artículos de regalo. Cuervo y Sobrino, en San
Rafael y Águila, eran «los joyeros de confianza». Un hombre despertaba
admiración si se vestía en Oscar, la sastrería de la calle San Rafael. En esa
misma calle, la joyería de Gastón Bared fue en su tipo uno de los mejores
establecimientos de la ciudad. Representaba los relojes Omega, Cartier y
Breitting, en tanto que la joyería Riviera, de Galiano, tenía la representación
de los relojes Rolex y Patek Phillippe; llevó más de 80 años representando las
mismas marcas. La Casa Sánchez, en Reina frente a Galiano, distribuía en
exclusiva los colchones Windsor. La Nueva Isla, en Monte y Suárez, remitía
gratis a quien se lo solicitara el catálogo de novedades que preparaba dos
veces al año.
Los comerciantes de una
calle se agrupaban en uniones, y esas uniones se agrupaban a su vez en el
Conjunto de Calles y Asociaciones Comerciales. Existían la Unión de
Comerciantes de Galiano y San Rafael, la de los de Belascoaín, la de los de
Reina y Carlos III, la de los de Diez de Octubre y sus anexos… Estaba la que
agrupaba a los de las calles Mercaderes, Inquisidor y San Ignacio, y la de los
de la Manzana de Gómez.
Contaban esas uniones con
un presidente, un secretario y un asesor legal. Ninguna tenía oficinas, sino
que radicaban en el comercio del que le tocaba presidirla. De sus reuniones
salían las campañas publicitarias, se coordinaba el adorno de la calle en
fechas determinadas y en buena medida se fijaban los precios.
Hola ENCANTO - Adios FIN DE SIGLO |
ALBUM RECUERDO del Centenario de las Calles de Galiano y San Rafel 1936 |
EL PULSO DE LA CUIDAD
Decía Mañach en 1926 que
Obispo era una calle conservadora y recalcitrante que defendía su viejo
prestigio con celo conmovedor, y que San Rafael era arribista y nueva rica, en
tanto que Galiano y Belascoaín no acertaban a definirse. Pero en la misma fecha
llamó «encantadora» a la esquina de Galiano y San Rafael, y la calificó de
«lujosa, perfumada y trémula». Precisó el ensayista: «Vía crucis de los
instintos… por donde, a la hora “del cierre”, en que la villa se esponja
empapada de crepúsculo, discurre quebradamente el mujerío inefable de San
Cristóbal».
Se dice que por las
numerosas mujeres que se daban cita en la zona para hacer sus compras y ver las
vidrieras y también para que las vieran, grupo que se reforzaba con la entrada
y salida de las empleadas de las tiendas, es que ese sitio recibió el nombre de
esquina del pecado. Sin embargo, Eduardo Robreño y Renée Méndez Capote
aseguraban que con tal nombre bautizó antes el periodista Lozano Casado a la
esquina de Galiano y Neptuno. Eso poco importa hoy. Lo que resulta
verdaderamente significativo es que Galiano y San Rafael se convirtió en el
punto comercial por excelencia de la capital.
CALLE OBISPO 1940's -1950's |
Hasta 1915, Obispo y
O’Reilly fueron en La Habana la meca del comercio y la moda, como lo eran de
las secretarías de despacho (ministerios) la banca y los bufetes de prestigio.
En Obispo hallaban asiento la mejor heladería, la dulcería más solicitada, la
farmacia más confiable, las librerías más actualizadas. Joyerías de nombre como
La Casa de Hierro y el Palais Royal, tiendas como La Villa de París y La
Francia, y una sastrería reputada como la del padre de Julio Antonio Mella, se
localizaban asimismo en esa calle. Una modista de gran fama, madame Laurent,
tenía su taller en O’Reilly. La corsetera madame Monin y sombrereras como
madame Souillard y las hermanas Tapié, estaban por excepción en la calle
Muralla, como madame Marie Copin, en Compostela. Cuando la gran bailarina rusa
Ana Pávlova estuvo en La Habana renovó todo su ajuar con esa célebre modista
francesa.
No aceptaban las cubanas
de la época, pobres o ricas, las confecciones norteamericanas. La seda venía de
Francia, el holán y el nansú, la muselina, el organdí y los casimires, de
Francia e Inglaterra. Los encajes llegaban desde Bélgica y de España venía la
ropa de cama, de hilo puro. Los buenos zapatos se hacían en Cuba, con pieles
importadas, por zapateros cubanos. Todo esto cambia a partir de 1915, cuando la
esquina de Galiano y San Rafael empieza a ser lo que fue más tarde. Cinco años
después, esa esquina era ya el sitio donde se medía el pulso de la ciudad.
FIN DE SIGLO en Navidades San Rafel 1950's |
EL ENCANTO en Navidades Galiano y San Rafel 1950's |
LA EPOCA Galiano 1950's |
En 1877 La Ópera abrió sus
puertas en Galiano y San Miguel. Veinte años después lo hizo Fin de Siglo en un
pequeño local que creció al ritmo de la gran Habana. En 1927 se inauguraba La
Época con solo seis empleados; serían 400 en 1957.
LA CASA GRANDE Galiano y San Rafael 1926 |
La primera tienda de que
tenemos noticias que funcionó en el área se llamó El Boulevard y ocupó justo el
sitio de la hoy ferretería conocida como Trasval. Este escribidor desconoce
cuándo se inauguró, pero sí sabe que sus propietarios la vendieron en 1887.
Aprovechando el espacio, los nuevos dueños abrieron allí La Casa Grande, que
prestó servicio hasta 1937, cuando vendieron a su vez el local, donde se
instaló el Ten Cents, comercio minorista de artículos varios, casi todos
importados, que desde 1924 tenía su sede en San Rafael y Amistad. Donde hoy se
encuentra Flogar estuvo durante años el café La Isla, famoso por sus exquisitos
helados.
El Encanto se inició en 1888 en Guanabacoa. Pasó después a Compostela
y Sol hasta que halló sitio en Galiano y San Rafael y creció desmesuradamente.
Cuando el fuego asesino lo destruyó en 1961 era la tienda por departamentos más
importante del país. Por cierto, es de El Encanto la chaqueta de cuero que luce
Che Guevara en la famosa foto de Korda.
IR A LA HABANA
Se puede vivir en Santos Suárez, Lawton, Arroyo Apolo, el Cerro o cualquier otro barrio de la ciudad, pero el habanero solo reconoce como La Habana el área de Centro Habana y La Habana Vieja. En los días de mi infancia, ir de tiendas era ir a La Habana.
CALLE HABANARE TIENDAS MIXTA 1940'S |
CALLE NEPTUNO 1950's |
http://fleitascubacollection.blogspot.com/2010/09/blog-post.html
http://www.juventudrebelde.cu/columnas/lectura/2010-07-17/de-compras/
escrito y diseño grafico: Arq. Carlos Alberto Fleitas
fotos: Fleitas Cuba Collection © 2014 Carlos Alberto Fleitas
No comments:
Post a Comment