La caída del Muro de Berlín y el nacimiento de una nueva era . . . |
nuestro muro no ha caído
. . . pero no es eterno
Yoani Sánchez | Generacion Y | La
Habana Cuba
14 de Noviembre de 2014
Mi vida hasta ese
entonces siempre discurrió entre muros. El del malecón, que me separaba de un
mundo del que solo había escuchado el horror. El muro de la escuela donde
estudiaba cuando Alemania se reunificó. Una larga tapia detrás de la cual se
escondían los vendedores ilegales de dulces y golosinas. Casi dos metros de
ladrillos superpuestos que algunos colegas saltaban para escapar de unas clases,
tan adoctrinadas como aburridas. A eso se le sumaba el muro del silencio y del
miedo. En casa, mis padres se llevaban el dedo a los labios, hablaban en voz
baja… algo pasaba, pero no me decían.
En
noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. En realidad lo tumbaron, a golpe de
mandarria y punta de cincel. La emprendieron contra él, los mismos que semanas
atrás parecían obedecer al Partido Comunista y creer en el paraíso del
proletariado. La noticia llegó lenta y fragmentada hasta nosotros. El
oficialismo cubano trató de distraer la atención y restarle importancia al
asunto; pero los detalles se iban colando poco a poco. Ese año terminó mi
adolescencia. Tenía sólo catorce años y todo lo que vendría después no me dejó
espacio a ingenuidades.
Los berlineses se
despertaban con el ruido de los martillos y los cubanos descubríamos que el
futuro prometido era pura mentira.
Las máscaras
cayeron una a una. Los berlineses se despertaban con el ruido de los martillos
y los cubanos descubríamos que el futuro prometido era pura mentira. Mientras
Europa del Este se zafaba del largo abrazo del Kremlin, Fidel Castro elevaba
los gritos en la tribuna y prometía en nombre de todos que jamás íbamos a
claudicar. Pocos tuvieron la lucidez de darse cuenta que aquel delirio político
nos condenaría a los años más difíciles que enfrentaron varias generaciones de
cubanos. El muro caía allá lejos, mientras otro parapeto se alzaba alrededor
nuestro, el de la ceguera ideológica, la irresponsabilidad y el voluntarismo.
Ha pasado un
cuarto de siglo. Hoy los alemanes y todo el planeta celebran el final de un
absurdo. Sacan balance de lo logrado después de aquel noviembre y gozan de la
libertad para quejarse de lo que no ha salido bien. Nosotros, en Cuba, hemos
perdido veinticinco años para sumarnos al carro de la historia. Para nuestro
país el muro sigue en pie, aunque ahora mismo pocos apuntalen un baluarte
erigido más por capricho de un hombre que por decisión de un pueblo.
Nuestro muro no ha caído… pero no es eterno.
No comments:
Post a Comment