Jean Claude Nicolas Forestier:
Avenida del Puerto / Malecón, ca.1926 foto de archivo
Con el advenimiento de la República, La Habana entra en un nuevo siglo, desguarnecida de las usanzas coloniales e influenciada por la búsqueda de un nuevo orden social. En ella, sus habitantes, durante cinco décadas republicanas, conviven dentro de su tejido urbano, éste cada vez más monumental. El estallido urbano de la época, auxiliado por el imponente patrimonio colonial de cuatro siglos, creció animado por una cosmovisión que supo exonerar sus espacios urbanos adjunto a su arquitectura desde un historicismo ecléctico europeo a la modernidad pragmática norteamericana. Gracias a nuevas leyes de inmigración, dictadas tras el asentamiento de la Republica en 1902, la población de la capital pasa de 250.000 habitantes en 1900 a medio millón en 1930. Aún así, este crecimiento urbano dentro del siglo XX, depende no sólo de la nueva instituida república auspiciada por la Intervención Americana de 1899-1902, (época que trajo consigo la construcción de infraestructuras viarias y sanitarias, escuelas, clubes, hoteles, hospitales, y nuevas técnicas de construcción) sino aún más por la herencia urbana trazada desde fines del siglo XVIII.
Es el crecimiento económico de la segunda mitad del siglo XVIII, canalizado por la breve dominación inglesa, la cual expuso ante los habitantes criollos el freno impuesto por la corona española al desarrollo de la isla. Durante este tiempo el capital financiero nacional buscó donde invertir las ganancias extraídas al tabaco y al azúcar, lo cual dio comienzo a la parcelación de fincas que pasaban así de rústicas a urbanas, con lo que la ciudad de extramuros se extendió. Dentro de este proceso de expansión, los habaneros comienzan a vivir un sentimiento de modernidad; el cual plasma con mayor plenitud el desarrollo de los espacios urbanos a principios del siglo XIX, en el período del General Tacón. Los cambios en la imagen urbana no se limitaron a la extensión física de la ciudad y a la construcción de numerosas edificaciones relevantes, sino que incluyeron un ambicioso programa de calificación de los espacios públicos. Como parte del proceso de compactación y de expansión urbana, los sectores acomodados de la ciudad fueron abandonando el centro; de esa manera, el centro fue desplazado desde el Puerto hasta la zona que hoy ocupa el Paseo del Prado, sobrepasando las murallas que eran militarmente obsoletas y comenzarían a demolerse en 1863. Esta zona de ensanche, aumentada en población durante la segunda mitad del siglo XIX, es donde se produce un verdadero aluvión de innovaciones urbanas, como el alumbrado público por gas (1848), el telégrafo (1851-1855), el transporte público de tracción animal (1862), el acueducto de Albear (1874-1893), el servicio telefónico (1881), el alumbrado eléctrico (1890), la mejoría del transporte dada por la introducción del automóvil (1898) y del tranvía eléctrico (1901).
El siglo XX, revela ante los miembros de la nueva sociedad republicana, una progresiva recuperación económica, adyacente a un sostenido crecimiento demográfico, el cual da aliento a la proliferación de nuevos proyectos urbanos. Entre ellos, se destacan la creación del Malecón, la reconstrucción del Paseo del Prado y el concurso de la Plaza Cívica. Éstos sustentan una etapa ecléctica y monumental, auspiciada por el deseo de modernización.
MALECÓN 1901-1958
Desde su fundación, la Habana, limitada al Este por la bahía, definiría su crecimiento continuo hacia el Oeste, hasta descubrir su otro límite natural, el río Almendares. Realizado por los ingenieros del gobierno interventor, el Malecón o Avenida del Golfo supo demostrar desde temprana edad su riqueza paisajística como fachada de la ilustre ciudad que hoy aún enmarca y no sólo su uso funcional. Desde su creación guarda la ciudad, la cual se reclina en su costa. Construido según fue proyectado en su tramo inicial por los ingenieros norteamericanos Mead y Whitney, el Malecón, en su forma monumental, nos presenta un espacio urbano único por su escala y su importancia como borde de retención. En él, su valor visual quedó reducido a un muro de retención, aunque originalmente fue diseñado para ser acompañado por una luminaria de orden colonial y escoltado por una estría arbolada en la acera opuesta. Aún así, dentro de su simple diseño, se percibe la magnitud de una compleja obra estructural. Percibido desde un siglo antes por el ingeniero militar Francisco de Albear, un proyecto dentro de una serie de paseos, su alto costo y complejidad constructivas lo desterraron a pasar inadvertido. Inicialmente el Malecón se extendería por un corto tramo desde el Castillo de la Punta en dirección oeste, de acuerdo a la importancia que le dio Leonard Wood, quien llegó a afirmar que el valor de los futuros gobiernos podría medirse por los esfuerzos de extender su construcción. El Malecón quedaría definido en su tramo inicial y preparado para las sucesivas ampliaciones, todas respondiendo al diseño original. Su trayectoria se llevó a cabo hasta llegar al límite con el río Almendares, con espacios urbanísticamente significativos en su trayectoria.
detalle en bronce, pedestal de la luminaria del Paseo del Prado, 1929
PASEO DEL PRADO 1772 / 1834 / 1929
Comenzada su edificación en 1772, durante el régimen del Marqués de la Torre, pronto la Alameda de Isabel II o Paseo de Extramuros, pasaría a formar uno de los sectores de distracción de la sociedad habanera de entonces. No es hasta 1904, dos años después de la instauración de la República, que es nombrado por el Ayuntamiento, Paseo de Martí. Inicialmente consistió en una simple alameda amoldada para el tránsito del paseo con tracción de animales. En 1834, bajo el gobierno del General Tacón fue remodelado y adquiere mayor jerarquía con las mejoras en mobiliario, el alumbrado público y la pavimentación. En 1898, el plan de mejoras urbanas activado por el Gobierno Interventor norteamericano, incluye la reconstrucción del mismo, recibiendo nuevo arbolado y mobiliario. Con la realización del proyecto de ensanche y embellecimiento de La Habana, bajo el gobierno de Gerardo Machado e invitado por Carlos Miguel de Céspedes, Secretario de Obras Públicas, el paisajista francés Jean Claude Nicolas Forestier acompañado por el arquitecto francés Jean Labatut,( quien treinta y tres años más tarde sería responsable por el diseño del obelisco para el Monumento a José Martí en la Plaza Cívica) y secundados por un equipo de colocadores franceses y cubanos, (entre los que se destaca Raúl Otero), es que se rediseña el parque lineal complementando la construcción del Capitolio Nacional, ambas siendo inauguradas el 20 de mayo de 1929.
Francisco de Albear: Plano de La Habana, faja de las murallas, 1874
Jean Claude Nicolás Forestier, Raúl Chaumont, Raúl Otero:
Paseo del Prado, 1930 foto de archivo
“La República, consciente de deberes indeclinables, anhelaba presentarlo a las generaciones nuevas, dentro del marco majestuoso que reclama.”
“. . . debe construirse a que millones de conciencias sirvan de pedestal a lo que debe ser símbolo vivo, confortante e irradiador, perpetuado por los artífices del ideal y la belleza, sobre la desnudez de mármoles y bronces. Un altar de cívica consagración donde la nacionalidad se sienta glorificada y fortalecida; donde la palabra parezca que ore, y el Redentor se destaque nimbado por la veneración de un Continente.”
Federico Laredo Bru
Presidente de la República
En Memoria de José Martí - República de Cuba, Comisión Central Pro-Monumento La Habana, 1938
croquis para propuesta del concurso, dibujo de Jean Labatut, ca.1940
PLAZA CĺVICA 1937-1960
La zona de la Plaza Cívica completa el desarrollo norte de la cuidad al este del río Almendares. Desde el primer viaje a la capital cubana del urbanista francés Forestier en 1925, se reconoció oficialmente en la Loma de los Catalanes el nuevo punto físico de lo que sería la Gran Habana del futuro. La Comisión Central Pro-Monumento creada en 1937 bajo la presidencia de Federico Laredo Bru selecciona este sitio. Es en éste, donde el Dr.Roberto A. Netto, Secretario de la comisión bajo Decreto Presidencial Número 2850 del 9 de septiembre de 1937, ratifica la autorización a la comisión central para estudiar conjuntamente con las bases del concurso, la forma, modo y procedimiento, a fin de que dicha obra pudiese ser emplazada en la nueva plaza cívica proyectada en la meseta de la ermita. Por el propio decreto se dictaron las Bases del Concurso Interamericano para erigir un Monumento a Martí, la que convocó un concurso donde participaron 47 trabajos por artistas de numerosos países. El concurso se destacó por ser un certamen dividido en tres partes: Plaza, Monumento y Escultura. El primer premio quedó desierto por no existir ninguna propuesta acorde con los intereses gubernamentales de la magnitud y esplendor que requería el lugar. A partir de esa fecha existieron diversos concursos, hasta que por último en 1942 se concluye otorgar el primer premio a la ponencia concebida por Juan José Sicre y Aquiles Maza. Aún así, no es hasta 1952, después de un difuso período de inactividad, que se funda una junta con anterioridad al Centenario del Natalicio de José Martí, la que decreta modificar el proyecto triunfador. De esta forma se toman diferentes aspectos arquitectónicos de las propuestas previamente ganadoras. Se selecciona la escultura de Juan José Sicre correspondiente a la del proyecto ganador del primer lugar en 1942, que alcanza 18 metros de altura y fue tallado en el sitio completamente a mano; y el monumento obelisco de forma piramidal y planta estrellada diseñado por Jean Labatut, con una altura de 139 metros sobre el nivel del mar, premiado con el segundo lugar en el concurso del mismo año. La plaza sufre más en el sentido de que nunca incluye ninguno de sus propuestas ganadoras, se ejecuta sin estudio urbanístico adecuado, sin dictar regulaciones de diseño para la edificación que agruparia su entorno. La cúspide del obelisco posee un mirador desde el que se divisa un teatral espectáculo cívico. Uno logra visualizar con luminosidad el enlace urbano, trenzado por la sucesión de los años e interrumpido y alterado por la mano del hombre. Todo ciudadano que visita el punto (Plaza Cívica) más alto en la ciudad, visualmente perfora por una línea (Paseo del Prado) forestal hasta llegar al borde (Malecón) de retención, el cual desemboca en el mar Caribe.
Enrique Luis Varela, Jean Labatut, Juan José Sicre ( escultor):
Monumento a José Martí,
Plaza Cívica en construcción,1953 foto de archivo
Planta de la galería, Monumento a José Martí, Plaza Cívica, Jean Labatut, ca.1940
articulo originalmente publicado en:
HERENCIA Volumen 7 No. 1 - Verano, 2001 http://www.herenciaculturalcubana.org/v7_1.html